Reseña: Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini

Resumen

Reseña del libro "Cometas en el cielo", de Khaled Hosseini

Datos del libro:

  • Título: Cometas en el cielo
  • Autor: Khaled Hosseini
  • Número de páginas: 384
  • Editorial: Salamandra
  • Se sentía arrastrado por el misterio de las palabras, seducido por aquel mundo secreto que le estaba prohibido.

    Sinopsis:

    Esta novela relata la conmovedora historia de dos padres y dos hijos, de su amistad y de cómo la casualidad puede convertirse en hito inesperado de nuestro destino.
    Sobre el telón de fondo de un Afganistán respetuoso de sus ricas tradiciones ancestrales, la vida en Kabul durante el invierno de 1975 se desarrolla con toda la intensidad, la pujanza y el colorido de una ciudad confiada en su futuro e ignorante de que se avecina uno de los periodos más cruentos que han padecido los milenarios pueblos que la habitan.
    Con apenas doce años, Amir se propone ganar la competición anual de cometas de la forma que sea, incluso a costa de su inseparable Hassan, un hazara de clase inferior que ha sido su sirviente y compañero de juegos desde la más tierna infancia. Así, obsesionado por demostrarle a su padre que ya es todo un hombre, Amir pondrá en peligro una amistad fraguada a lo largo de años de enfrentarse a todos los peligros imaginables, y aprenderá una verdad que le acompañará el resto de su vida.

    He caminado mucho y desde muy lejos para ver si eres tan bello en la realidad como lo eras en mis sueños. Y lo eres. Incluso más.

    El autor:

    Escritor afgano nacionalizado estadounidense, Khaled Hosseini creció y estudió en los Estados Unidos debido a que su padre, diplomático afgano, no regresó a Afganistán tras la revolución comunista y la posterior invasión de la Unión Soviética. Allí Hosseini cursó estudios de Biología y Medicina en San Diego, trabajando como médico interno en Los Ángeles, labor que compaginó durante varios años con su pasión por la literatura.
    Cometas en el cielo, su primera novela, alcanzó un gran éxito a nivel internacional, lo que le llevó a dejar atrás la práctica de la medicina para dedicarse de manera profesional a la escritura. Su gran capacidad como narrador se vio refrendada tras el incontestable éxito de su segunda novela, Mil soles espléndidos, que fue publicada en más de 40 países.
    En 2007, Cometas en el cielo fue llevada al cine con gran éxito por el director Marc Foster, lo que afianzó por completo la carrera literaria de Hosseini, que en 2013 publicó su tercer libro: Y las montañas hablaron.
    Además, Hosseini también ha destacado por su activismo en favor de los derechos humanos y la ayuda a los refugiados, siendo embajador de ACNUR para varios países, en los que se incluye a su Afganistán natal, donde ha creado una fundación humanitaria.

    Cuando mientes, le robas al otro el derecho a la verdad.

    Personajes;:

  • Amir: es un niño de la clase alta de Afganistán. A pesar de contar con todos los lujos, vemos que este niño no es feliz debido a la falta de afecto paternal. También podemos ver que es un niño al que conoce todo el mundo, pero solo lo conocen por los negocios de su padre, él solamente tiene un amigo.
  • Hassan: es el único amigo de Amir. Este niño es el hijo de un criado de la familia y, por eso, siempre juegan juntos. Hassan es quien defiende a Amir en todo momento; esta lealtad se ve reflejada en algo que siempre dice el criado: : ““Por ti, lo haría mil veces.”
  • Éramos Homaira y yo contra el mundo. Y te lo digo, Amir Jan: al final, siempre acaba ganando el mundo. Así son las cosas.

    Opinión personal:

    Este es el primer libro del autor que llega a mí y, como casi todas mis lecturas, llegó por una recomendación. Dicha recomendación la odié en la primera parte del libro pero, con el transcurrir de la historia, adoré al libro, al recomendador, al autor y a casi todos sus personajes.
    En el transcurso de la historia queda más que claro que Amir es un niño que sufre un maltrato psicológico por parte de su padre y que tiene unas necesidades afectivas. Estas necesidades vienen dadas porque Amir nota que para su padre el hijo del criado también es un niño muy importante, ya que en todo momento alaba sus logros, le compra las mismas cosas que a su propio hijo… En mi propia opinión, Amir es un consentido que se refugia en la pérdida de su madre en el parto para poder ser un triste y estar deprimido siempre, cargar a su amigo con todo porque no protesta; debería aprender a ver primero la vida de su amigo: levantarse para tenerle el desayuno preparado y la ropa planchada, fregar su casa, no poder ir a la escuela para aprender a leer y escribir… y luego ya se quejará de su propia vida.
    No todo es negativo, hay un momento de la historia en la que el protagonista me empieza a caer algo bien, ya que por perder a su amigo por pura cobardía verá su vida marcada, tanto adolescente como adulta, e intentará enmendar sus errores.
    Sólo una persona, además de su amigo, creyó en él y en su escritura cuando era un niño, y aquel hombre fue motivación suficiente para no dejar de luchar por sus sueños.
    El escritor consigue trasladarnos al más profundo Afganistán, en pleno conflicto bélico. De la mano de Amir tenemos que huir del país para no ser aniquilados por los ideales políticos de su padre, recorrer Irán y Pakistán hasta asentarnos en Estados Unidos; ser agredidos por intentar cambiar el transcurso de las cosas y, muchos años después, debemos volver para arreglar los errores del pasado de Amir y salvar así alguna vida inocente.
    A pesar de que estuve a punto de abandonar el libro en muchas ocasiones por su injusticia, si que recomendaría este libro a cualquiera que le interesen este tipo de temas, ya que aparte de vivir una historia cargada de emoción, a través de sus páginas también he podido conocer detalles de la vida musulmana que desconocía, así como conocer a grandes rasgos los motivos de la situación política actual del país.

    Citas:

    Una mina antipersonas. ¿Existe una manera más afgana de morir?

    Las miradas se volvían hacia él como girasoles hacia el sol.

    Estoy muy contento de que hayas venido. Significa… El mundo entero para mí.

    Antes de sacrificarte por él, piensa una cosa: ¿Haría él lo mismo por ti?

    Por supuesto, es fácil ser inteligente con un arma cargada en la mano.

    Las malas hierbas del desierto siguen con vida, pero la flor de primavera florece y se marchita».
    Qué gracia, qué dignidad, qué tragedia.

    Para él, las palabras de las páginas no eran más que un amasijo de códigos, indescifrables y misteriosos. Las palabras eran puertas secretas y yo tenía las llaves de todas ellas.

    En eso consistía volar cometas; en dejar que tu cabeza volara junto a ella.

    Los niños no son cuadernos para colorear. No los puedes pintar con tus colores favoritos.

    Mi corazón saltaba al pensar en ella. Soraya Taheri. Mi princesa encontrada en un mercadillo.

    En los patios, las coladas colgadas en los tendederos bailaban como mariposas, animadas por la brisa del mar.

    Las reglas eran sencillas: nada de reglas.

    Siempre duele más tener y perder que no tener de entrada.

    La esperanza crecía en mi corazón como la nieve que se apila sobre un muro, copo tras copo.

    En la pared de detrás del escritorio había un cartel que rezaba: «La vida es un tren. Sube a bordo».

    Si existe un Dios, espero que tenga cosas más importantes que hacer que ocuparse de que yo beba whisky o coma cerdo.

    Duele decirlo -aseguró, encogiéndose de hombros-. Pero es mejor resultar herido por la verdad que consolarse con una mentira.

    Sí, la esperanza es una cosa extraña. Paz, por fin. Pero ¿A qué precio?

    Un muchacho que no es capaz de defenderse por sí mismo se convierte en un hombre que no sabe hacer frente a nada.

    Entre las personas que se habían criado del mismo pecho existían unos lazos de hermandad que ni el tiempo podía romper.

    Sigues siendo el sol de la mañana de mi yelda -le susurré.

    Tal vez sea injusto, pero a veces lo que sucede en unos días, incluso en un único día, puede cambiar el curso de una vida, Amir.

    Por ti lo haría mil veces más.

    Estamos Hassan y yo. La hierba nos llega hasta los tobillos. El carrete da vueltas en las manos callosas de Hassan. Nuestros ojos contemplan la cometa en el cielo.

    Yo veía su sonrisa interior, ancha como los cielos de Kabul en las noches en que los álamos se estremecen y el sonido de los grillos inunda los jardines.

    Piensa en algo bueno -me dijo baba al oído-. En algo feliz. Algo bueno. Algo feliz. Dejé vagar la mente. Dejé que el recuerdo me invadiera.

    El recuerdo estaba vivo en mí, un fragmento perfectamente encapsulado de un pasado bueno, una pincelada de color sobre el lienzo gris y árido en que se habían convertido nuestras vidas.

    La generación de niños afganos cuyos oídos no conocerían otra cosa que no fueran los sonidos de las bombas y los tiroteos no había nacido aún.

    (…) Un día de verano, grabé en él nuestros nombres con un cuchillo de cocina de Alí: «Amir y Hassan, sultanes de Kabul». Aquellas palabras servían para formalizarlo: el árbol era nuestro.

    Entonces vi a Baba hacer algo que nunca le había visto hacer: lloró. Me asustó un poco ver sollozar a un hombre adulto. Se suponía que los padres no lloraban.

    Pero lo que intento explicarte, Sohrab jan, es que en este mundo hay gente mala, y hay personas malas que nunca dejan de serlo. Y a veces no queda más remedio que enfrentarse a ellas.

    Quiero alejarme de este lugar, de esta realidad, izarme como una nube y desaparecer flotando, fundirme con esta húmeda noche de verano y disolverme en algún lugar lejano, por encima de las montañas.

    Dicen que los ojos son las ventanas del alma. Pues bien, nunca esta afirmación fue tan cierta como en el caso de Alí, a quien únicamente se le podía ver a través de los ojos.

    Nos encontramos en un campo de hierba de color verde manzana con suaves jirones de nubes. Levanto la vista y veo el cielo limpio y lleno de cometas, verdes, amarillas, rojas, naranjas. Resplandecen a la luz del atardecer.

    Éramos niños que habíamos aprendido a gatear juntos, y eso tampoco iba a cambiarlo ninguna historia, etnia, sociedad o religión. Pasé la mayor parte de mis primeros doce años de vida jugando con Hassan.

    Las manos se agitan y tiemblan. En algún lugar se ha roto una presa y el sudor frío te inunda, empapa tu cuerpo. Quieres gritar. Lo harías si pudieses. Pero para gritar necesitas respirar.

    Recuperaban los años perdidos, me imagino. Que yo sepa, él nunca le preguntó dónde había estado o por qué se había ido, y ella nunca se lo dijo. Supongo que hay historias que no necesitan explicación.

    Yo le decía a Hassan que algún día pasearíamos por una playa llena de algas, hundiríamos los pies en la arena y veríamos el agua retirándose de nuestros talones. La primera vez que vi el Pacífico casi me eché a llorar. Era tan grande y tan azul como los océanos de las películas de mi infancia.

    ¿Cómo podía ser yo para él como un libro abierto, cuando, la mitad de las veces, yo no tenía ni idea de lo que maquinaba su cabeza? Yo era el que iba a la escuela, el que era capaz de leer y escribir. Yo era el inteligente. Hassan no podía ni leer un libro de párvulos y, sin embargo, me leía a mí.

    Sueño que las calles de Kabul volverán a adornarse con flores de lawla y que en las casas de samovar volverá a sonar la música del rubab, y que volarán cometas por el cielo. Y sueño que algún día regresarás a Kabul para visitar de nuevo la tierra de tu infancia. Si lo haces, encontrarás a un viejo y fiel amigo esperándote.


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